Publicado en 17 de enero de 2018

libros; Biblioteca Nacional

El suyo es un amor como pocos. María Cristina Mateluna lleva 37 años trabajando al servicio de Dibam y, de esos, los últimos 33 han sido al interior de la Biblioteca Nacional. Es a todas luces una leyenda, una destacada bibliotecaria, actual jefa de la Sección Chilena, que reparte sonrisas cada vez que tiene que recordar alguno de los momentos vividos en esta institución. 

Aunque también confiesa algo de tristeza y el día no nos acompaña: llueve y se alcanza a sentir el sonido del agua desde el ventanal de su oficina, ese espacio que el próximo año tiene que dejar por su jubilación. Nada de fácil, asegura, más aún porque ella, insiste -medio en broma medio en serio- ama los libros y todo lo que acá la rodea. “Soy una eterna enamorada de la biblioteca, aunque los amores igual se olvidan ¡y uno adquiere otros! (risas), pero, mientras tanto, estoy enamorada de este lugar”, afirma.

Enamorada desde que partió trabajando en la Biblioteca Pública N° 31 de Conchalí, Roque Esteban Scarpa. Así comenzó este amor, que luego continuó en la biblioteca del Museo de Historia Natural y, posteriormente, en la Biblioteca Nacional. Años de felicidad trabajando en la sección Referencias hasta que la trasladaron al departamento de Catalogación, lugar al que se fue no del todo convencida, pero que hoy, reconoce, le habría enseñado una buena parte de lo que significa su profesión.

“Cuando llegué a trabajar a Referencias, sentía que era lo mío, porque atendía a usuarios. Buscaba el material y se lo entregábamos en las manos de quien pidiera la información. Venían muchas mamás pidiendo ayuda para tareas, porque no se permitía el ingreso de menores de 18 años. Eso es algo que se perdió con la irrupción de internet, donde muchos hacen copy-paste. El trabajo en Referencias era lo que sabía hacer hasta que me cambiaron a Catalogación y tuve que irme a contrapelo”. 

“Debo admitir que fue la mejor experiencia. Aprender a catalogar es saber organizar la información, una labor importante de esta profesión. Quizás ahora todo es diferente con las redes de comunicación, pero, para mí, los libros siguen siendo libros. ¡No me puedo imaginar acostada en mi cama, leyendo un notebook! Lo hago, pero no es lo mismo. Además, siempre tengo el temor de que vaya a pasar algo en el mundo, en el clima, y se pierda toda la información que está en la nada”, comenta.

Una tormenta solar y se acaba todo.
¡Y te perdiste de todo! Algo que no pasa con el papel. Claro, salvo si hay un incendio, aunque esta biblioteca está muy bien diseñada y preparada para un accidente de este tipo.

¿Cómo han sido estos años para ti?
No pude haberlo pasado mejor. Mis mejores amigas están aquí. Toda la experiencia que tengo desafortunadamente no se puede transmitir, pero siento que trabajar acá fue un privilegio. No es solamente el entorno, el edificio, las colecciones, sino que es el ambiente. Cuando entras a trabajar en la biblioteca, tu percepción de la cultura, de los libros, cambia para mejor. 

Dices que tienes a tus mejores amigas acá, ¿cómo es la complicidad en este lugar?
Hoy ya no están todas, porque algunas ya se han ido, aunque seguimos viéndonos. Pero siempre hacíamos clanes y nos empoderábamos de algunas cosas; siempre luchando por la biblioteca y las colecciones.

¿Hay algo que te siga maravillando de este espacio, a pesar de los años?
O sea, de verdad, me tengo que ir y creo que estoy un poco deprimida. No lo he procesado. Me va a ser difícil volver a la biblioteca sin sentirme dueña, porque hoy me siento así. De a poco estoy practicando el desapego con hartas cosas, porque cambiar la rutina en mi vida, va a ser difícil. No sé si con esto se explica el enamoramiento que tengo con la biblioteca.

Los libros ¡la escogieron!

No fue especialmente lectora de niña, pero sí recuerda habérselas ingeniado siempre para juntar plata y, así, poder comprar los libros que necesitaba en la escuela. A María Cristina Mateluna, eso sí, no le agradaba mucho la lectura siendo pequeña. No solo eso. Soñaba con ser obstetra y no precisamente estar rodeada de primeras ediciones como ahora. 

“Nunca fui excelente alumna, por lo tanto ¡no aspiraba a llegar a ser doctora!”, admite entre risas. Quizás no tenía conciencia tampoco de que le gustaran los libros.

“Provengo de una familia humilde. Vivía con mi mamá, Amanda Wöhllk, y mi padre, Mario Mateluna, y mis siete hermanos, además de mi abuela materna y una hermana de mi padre, profesora normalista, entonces, mi formación un poco se la debo a mi tía, con quien pasaba muchas horas”, recuerda.

¿Por qué escogiste estudiar bibliotecaria si querías ser obstetra?
No lo escogí, la bibliotecología ¡me escogió!

¿Cómo?
Era 1970 y yo quería ser obstetra. Las matemáticas no eran mi fuerte, entonces, pensé estudiar algo relacionado con la biología. No fui alumna brillante y quedé, pero en región. Entonces, mi papá no me dejó y tuve que volver a postular a otra carrera. 

Ahí mismo, mirando los afiches de promoción de carreras que había colgados en la pared, me puse a pensar, a observar, hasta que vi uno que me gustó: bibliotecología. Pensé en biblioteca, en libros y me decidí. Postulé ¡y quedé! ¡Por eso digo que la bibliotecología me escogió!

¡No está mal!
De verdad, si uno cree en el azar, en las estrellas que se alinean para que puedas hacer tu destino, debo admitir que a mí alguien me eligió.

¿Qué es para ti hoy un libro?
La mejor creación de la cultura. No concibo un mundo sin una biblioteca, sin que no haya libros puestos en una estantería, que alguien te los preste y puedas leerlos.

¿Algún proyecto o sueño para el próximo año?
No sé lo que haré, pero sí sé que quiero dejar de ser jefa, de administrar personal, es algo que no busqué y que agota.

“Joyas” en la oficina

El solo hecho de entrar caminando por los pasillos que conducen a la oficina de Cristina Mateluna, ubicada en la Sección Chilena, es un placer. Estantes llenos de libros. Miles de tesoros, aunque ella tiene sus favoritos.

“Nosotros teníamos dos libros de la Lira Popular. Una joya. Micaela Navarrete, creadora del Archivo de Literatura Oral, siempre los miraba con ojos libidinosos (bromea, entre risas), y un día me los pidió prestado. Yo no he querido hacer el proceso legal del traspaso, quiero sentir que todavía tengo poder sobre ellos (más risas)”. 

“Sé que esos ejemplares van a estar mejor con el resto de los volúmenes existentes en el Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares, pero uno ¡no anda dando a sus “hijos” en adopción! ¡Cuesta! Aunque sepas que con otra “familia” ¡van a llegar a ser profesionales exitosos!! (más risas)”.

¿Qué joyitas guardas en la biblioteca?
Bueno, están las primeras ediciones de Pablo Neruda que fueron adquiridas el año pasado, muchas de las cuales registran dedicatorias de su puño y letra. También existe un álbum de fotos que -al igual que lo que sucedió con los ejemplares de la Lira Popular- lo miran con ojos libidinosos, pero yo me he hecho la dura ¡y no lo he querido entregar! (risas). 

Son fotografías de personas anónimas y de algunos personajes de la historia de Chile. Es un libro que está cubierto con una cerradura y bisagras, aunque una de ellas está rota.

Un libro objeto.
Sí, un libro objeto único.

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