Publicado en 26 de marzo de 2018

Aisén es un territorio enorme (un 14% del teritorio nacional); arqueológicamente, está ubicado entre el mundo de los horticultores mapuche, al norte, y de los cazadores-recolectores clásicos del sur austral. Es un territorio privilegiado para estudiar los sistemas transicionales. 

Estudiar, por ejemplo, la adopción de la cerámica por grupos de cazadores-recolectores o las técnicas de caza por parte de grupos que también tenían ciertas prácticas horticultoras. Y, como si esto fuera poco, Aisén constituye -además- un espacio privilegiado para estudiar los cazadores marítimos “canoeros” del oeste y los cazadores esteparios del oriente. 

E incluso, para indagar posibles contactos, puesto que en esta región hay valles como el Palena, Cisnes, Aisén, Baker o Pascua que justifican estar abiertos a esta hipótesis.

Para Francisco Mena Larraín, arqueólogo del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP), “en Aisén, donde no hay monumentos llamativos, el hacer propio el pasado indígena implica necesariamente difundir, porque solo se puede amar y cuidar lo que se conoce”, comenta. “El camino fácil es quedarse en la superficie, en lo llamativo y confundir patrimonio con atractivo turístico”, agrega.

La arqueología de Aisén representa un desafío metodológico fascinante, porque mientras en casi todas partes del mundo estos estudios se apoyan en testimonios de cronistas, en la observación y analogías con las costumbres de indígenas actuales, en Aisén esto prácticamente no existe. 

“Salvo por unas pocas descripciones casuales de navegantes coloniales en el litoral, la única manera de adentrarnos en el conocimiento del pasado indígena de estas tierras es la investigación arqueológica”, argumenta Mena. 

Pero esta región presenta grandes dificultades para la arqueología. No solo es difícil de acceder y de transitar en ella. “Hacer arqueología en Aisén es toda una aventura”, confiesa Camila Muñoz, arqueóloga del Consejo de Monumentos Nacionales. 

“Las condiciones son bastante duras si las comparamos con otras regiones del país. Por ejemplo, solo se pueden realizar campañas de excavación o de búsqueda de sitios arqueológicos entre diciembre y marzo. Recuerdo una vez que nos aventuramos en septiembre para registrar arte rupestre. Estuvimos aproximadamente 10 días y, por suerte, nos tocaron solo días con sol, mejor que en verano. Sin embargo, otra vez que estuvimos en enero y febrero, nevó y granizó varias veces. En esos momentos es cuando uno se pregunta ¿cómo la gente pudo habitar estos espacios hace miles de años?”, reflexiona.

 “El desafío acá es enorme, agrega Mena, pero también es una obligación ética tratar de saber algo de aquellas familias (hombres  y mujeres) que vivieron por miles de años en estas mismas tierras”.

¿Y qué hemos aprendido?

Harneros, excavaciones cueva Baño Nuevo 1; 2003.
Harneros, excavaciones cueva Baño Nuevo 1; 2003.

Por pocas que sean, las investigaciones arqueológicas en Aisén ya permiten, al menos, saber que un acercamiento simplista no basta, que Aisén es único y que no se puede depender de proyecciones que caigan en la generalidad de “la patagonia”. 

Afortunadamente, la prehistoria de Aisén se ha posicionado en la conciencia de los arqueólogos del resto de Chile y la Patagonia chileno-argentina. Cada vez llegan más investigadores, lo que se traduce en una acelerada acumulación de conocimientos.

Se han encontrado sitios que hablan de ocupaciones del hombre en la región hace más de 12.000 años, como Cueva de la Vieja, recientemente estudiado por César Méndez y su equipo, quien se acaba de incorporar como investigador residente al CIEP.  

También existe uno de los pocos registros de entierros humanos asociados a momentos iniciales de poblamiento, como es el caso de Baño Nuevo-1, con restos humanos que fueron datados en 8.800 años antes del presente “lo que constituye un archivo de información muy raro en América y permite afirmar, con cierta base, que hubo reemplazo de poblaciones y que los tehuelches históricos no son los descendientes directos de los primeros patagónicos”, comenta Mena. 

Señala además que “La cueva de Baño  Nuevo 1 es un archivo de una riqueza incomparable, que entrega gran cantidad de piezas”.

La sequedad y el frío imperantes en esta cueva ha permitido, además, la conservación de otros restos orgánicos que rara vez se pueden detectar, como cordeles y herramientas de madera.

Otro aspecto que es importante destacar es la alta presencia de sitios con arte rupestre, por ejemplo, en el valle del río Ibáñez se han identificado más de 40 sitios con pinturas. Pero cerca Coyhaique, en el valle del Chacabuco y Jeinimeni en Chile Chico, también han tenido hallazgos de esta naturaleza.

“Nosotros hablamos que estas pinturas rupestres fueron realizadas por grupos cazadores recolectores que habitaron la zona hace miles de años, no hablamos de tehuelches, porque esa es una asociación histórica y no sabemos cómo se llamaban las personas que pintaron estas paredes hace 5.000 años”, apunta Camila Muñoz. 

Con respecto a lo que transmiten esta pinturas, existen varias hipótesis, se cree que son marcadores territoriales, evidencia de antiguos rituales y/o reuniones de distintos grupos familiares. “Lo interesante es que la mayoría son manos y se han registrado tanto improntas grandes como pequeñas, siendo estas últimas interpretadas como manos de niños, lo que nos habla que esta práctica estaba asociada a todos los miembros del grupo familiar”, agrega la arqueóloga. 

En la actualidad

Últimamente, se están haciendo esfuerzos por sistematizar el conocimiento de pescadores artesanales o las denuncias del hallazgos de osarios indígenas, junto con excavaciones y estudios más sistemáticos, que van más allá de hallazgos funerarios para registrar conchales, campamentos y tecnologías de subsistencia. 

Orientados a entender cómo vivían estos grupos, estos estudios están demostrando que la disposición de los muertos en oquedades rocosas es mucho más antigua de lo que se creía y que la misma presencia humana en estas islas se remonta a unos cinco mil años.

Sea como sea, la investigación en el litoral de Aisén es crucial y tanto la especulación como las hipótesis teóricas orientan la búsqueda. 

Guanaca con cría.
Guanaca con cría.

Paradójicamente, es de los espacios interiores de la región -de los que no se cuenta con ningún testimonio escrito ni con indígenas sobrevivientes- de lo que más se sabe. Para Camila Muñoz, este es un tema simplemente de muestreo, “las investigaciones arqueológicas se han centrado más en el continente, ya que si es difícil trabajar en este sector, aventurarse en los canales, es una cosa más seria aún. 

La logística es mucho más complicada, pero pese a esto, igual se han realizado investigaciones como las llevadas a cabo por Omar Reyes y su grupo de trabajo, que han permitido despejar un poco la nebulosa en cuanto a la presencia de grupos cazadores recolectores canoeros en el litoral de Aisén”, asegura.

Del interior, se tiene registro de presencia humana desde hace mucho antes de lo que se conoce para los pueblos canoeros de la Patagonia. Se sabe, incluso, de la naturaleza de estos primeros grupos: que no cazaron ninguno de los grandes animales extintos de fines del Pleistoceno y que se trataba de grupos muy pequeños que recorrían enormes espacios. 

La arqueología de los valles interiores de Aisén ha jugado un rol de gran importancia para posicionar diversos temas de investigación, tales como la ocupación de los bosques, la circulación de materias primas para la industria lítica y, últimamente, la probable existencia de grupos relativamente autónomos con una identidad propia, más allá del “tehuelche” genérico.

“Creemos saber bastante de las primeras ocupaciones -tal vez porque son un tema de interés global, al que se destinan muchos recursos, análisis y publicaciones- pero recién comenzamos a atisbar lo que pasó en los milenios posteriores. 

Sin embargo, uno de los temas más misteriosos y desconocidos de la Prehistoria de Aisén es qué pasó con las comunidades indígenas en los últimos siglos (Mena  2010; Mena & Lucero 2004). Pareciera que estaban extintos cuando arribaron los primeros colonos. 

Quizás el arribo del caballo europeo, la amplia influencia mapuche y la emergencia de centros comerciales criollos al oriente (Viedma, Isla Pavón) o al sur (Punta Arenas), provocaron un abandono masivo de los valles cordilleranos, que en el nuevo contexto se percibían como una especie de “patio trasero”. “Probablemente, quedaron unos pocos indígenas que coexistieron con colonos analfabetos y de los cuales no quedó registro”, reflexiona Francisco Mena.

Finalmente, todos estos son temas de interés para la arqueología histórica, ya que a falta de documentos escritos se debe reconstruir la historia por sus restos materiales. 

Tradicionalmente, este tipo de estudios recién son abordados por los arqueólogos cuando el pasado remoto ya es bien conocido, pero en Aisén son prioridad y, afortunadamente, también es un área que ha comenzado a abrirse tímidamente .

Nota: Para este artículo se usó como fuente la ponencia que el arqueólogo Francisco Mena Larraín hizo en el seminario "Aisén y su patrimonio", realizado en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional (Agosto, 2015).

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