Publicado en 01 de septiembre de 2016

El 6 de febrero de 1877, el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui,dictó el decreto que permitía a las mujeres ingresar a la universidad. No obstante, este impulso inicial no mejoró su situación educacional, pues en vez de fundar liceos fiscales que las formaran previamente y aseguraran un ingreso masivo al sistema educativo, el Estado subvencionó establecimientos privados, lo que tuvo un impacto más simbólico que real.

Sin embargo, este decreto tuvo una repercusión enorme en décadas posteriores, cuando paso a paso las mujeres se apropiaron de este espacio académico para siempre.

Los primeros antecedentes de una mujer chilena cruzando las puertas de una universidad en nuestro país se remontan varias décadas antes, cuando el 4 de marzo de 1810, Dolores Egaña Fabres, hija del catedrático Juan Egaña, se inscribió en la Facultad de Filosofía de la Real Universidad de San Felipe (Guérin, 1928).

Cuando nos referimos a las universitarias en la época republicana debemos citar como acto mínimo de justicia a Eloísa Díaz Insunza, nacida en Santiago el 25 de junio de 1866). Ella fue la primera estudiante chilena y latinoamericana en recibir el título de médico cirujano,el 2 de enero de 1887.

Desde ese momento y a pesar de los prejuicios y aprensiones (ajenas y propias), Eloísa desarrolló una larga carrera profesional, participando activamente en el progreso de la salud pública como directora del Servicio Médico Escolar de Chile, desde donde mejoró las condiciones de higiene de niñas, niños, docentes y establecimientos educacionales de todo el país.

Doctora Eloísa Díaz Insunza. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.

Doctora Eloísa Díaz Insunza. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.
Además impulsó medidas de gran impacto social como las colonias de vacaciones, el desayuno escolar obligatorio y las cantinas o comedores escolares.

Después de haber consagrado su vida a la medicina preventiva, el combate del alcoholismo, la creación de policlínicos para la infancia desvalida y el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas, se alejó de la actividad profesional en 1922. Su deceso se produjo en Santiago el 1 de noviembre de 1950.

La segunda estudiante en egresar de medicina fue Ernestina Pérez Barahona, nacida en Valparaíso en el año 1868. Dueña de una inteligencia privilegiada, esta joven cursó la carrera en menos tiempo del estipulado, alcanzando en 1884 a Eloísa Díaz, quien estaba ya en cuarto año.

Recibió el título de médico cirujano el 10 de enero de 1887, ocho días más tarde que su compañera. En 1887 y cuando solo tenía 18 años, fue seleccionada por el gobierno entre 19 candidatos para perfeccionarse en Europa.

Durante su vida profesional manifestó especial preocupación por los obreros y las mujeres, a quienes acercó la medicina y la higiene social, organizando actividades de prevención de cólera, tuberculosis y alcoholismo.

El acceso de todas y todos a la educación y al conocimiento científico formaron parte de sus preocupaciones principales, su puesto como primera presidenta de la Asociación de Mujeres Universitarias de Chile y la conclusión que introdujo en el Congreso de Berlín sobre Educación Sexual, en 1925, para que esta área fuera obligatoria en los colegios, dan cuenta de sus motivaciones.

Posteriormente, vendrían otras precursoras. En 1894 se titula Eva Quezada Acharán, quien se perfecciona en Europa en higiene escolar, comisionada por el gobierno entre 1904 y 1905.

Al volver a Chile, trabaja sin remuneración en la Sociedad de Instrucción Primaria, donde implanta el estudio de la puericultura, disciplina en la que se había especializado en París y que, hasta ese momento, era desconocida en los establecimientos educacionales chilenos.

Despuntando el siglo XX, encontramos otras universitarias, como Filiberta Corey Lillo, quien se recibió como bachiller en medicina y farmacia en 1913 y que, además, fue la primera mujer en desempeñarse como interna en una de las clínicas en las que practicaban los estudiantes de medicina de la Universidad de Chile.

Destaca también Cora Mayers, egresada en octubre de 1917, quien tiene a su haber grandes logros: la obtención, inmediatamente después de su egreso de la carrera, de un concurso abierto por la Facultad de Medicina que le permitió viajar a Europa para perfeccionarse durante dos años en profilaxis y tratamiento de enfermedades sociales; y una comisión a Estados Unidos en 1923, financiada por el gobierno, para especializarse en asistencia social y población escolar.

Esta mujer le otorgaba gran importancia a la labor de los profesionales de la salud, en una época con un elevado porcentaje de analfabetismo, donde las medidas de difusión de propaganda escrita, folletos, volantes, cartillas o conferencias, no tenían a su juicio el impacto que se necesitaba para arrebatar a muchos niños de la muerte.

El deceso de la doctora Mayers se produjo cuando bordeaba los 36 años. El 12 de enero de 1931 fue asesinada por Alfredo Demaría, también médico que después de cometer este femicidio se suicidó.

Doctora Ernestina Pérez. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.

Doctora Ernestina Pérez. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.
Desafortunadamente, en estos primeros años, la incorporación femenina al mundo universitario fue muy lenta y no estuvo exenta de conflictos, como lo demuestra la historia de Matilde Throup Sepúlveda, quien en 1892 fue la primera sudamericana en titularse como abogada.

Durante su paso como alumna de la carrera de Derecho tuvo que sortear muchas dificultades, a pesar de sobresalir entre sus camaradas de curso y frente a sus profesores. Una vez titulada, los problemas no terminaron ya que siguió siendo víctima de discriminación.

Esta abogada criminalista sentó jurisprudencia en favor de las mujeres cuando en 1893 se presentó al concurso de notario y secretario judicial de Ancud. Su candidatura fue rechazada en función de su sexo, ya que en aquellos años el Código Civil establecía que las mujeres no podían ser testigos en los testamentos, por lo que la Corte de Apelaciones dedujo que no podía desempeñarse tampoco como notario autorizante de testamentos.

Ante esto, Matilde presentó una apelación a la Corte Suprema. Dada la connotación que alcanzó este incidente en su momento, la Corte se pronunció señalando, en el artículo 7° de su fallo, que no había ningún impedimento para que se presentara al concurso, pues el único requisito que exigía la ley para ser secretario de un juzgado o notario era poseer el título de abogado, calidad que la aspirante tenía desde el 6 de junio de 1892 cuando la Corte Suprema le había librado el correspondiente título, por lo que no había impedimento legal alguno para que participara del concurso.

El caso de Matilde también adquirió notoriedad internacional cuando su ejemplo fue invocado para permitir que se titularan las primeras abogadas en Bélgica y Argentina. Zanelli (1917) relata que tres años después de recibir su título, el abogado belga Luis Fort solicitó al presidente de la Corte Suprema antecedentes acerca de las dificultades que Matilde Throup había tenido que remontar para obtener el título de abogada. Requería, además, un documento que le permitiera acreditar ante las autoridades judiciales belgas que en Chile había una mujer que ejercía libremente la profesión de abogado.

Esta situación se repetiría unos años después, cuando, en 1910, en Argentina se le negó el derecho de titulación a la estudiante María Evangelina Barrera, por lo que ella misma solicitó que se remitieran desde Santiago los documentos del caso de Matilde para comprobar que en Chile, desde 1892, las mujeres podían ejercer la abogacía. Esta mujer se convertiría a la postre en la primera abogada del país trasandino.

La segunda y última abogada chilena que vería graduarse el siglo XIX fue Matilde Brandau Galindo, titulada en 1898, pero que no se dedicó preferentemente al ejercicio de la abogacía. De hecho, desde 1905 se abocó a la enseñanza, siendo comisionada al extranjero y directora de varios liceos de niñas.

Además de su destacada labor docente, esta intelectual de aires liberales y amiga personal de Miguel de Unamuno y Gabriela Mistral, tiene a su haber una interesante memoria de título denominada Derechos civiles de la mujer, texto en el que da cuenta de la situación de las mujeres en el marco jurídico chileno. Este material fue un importante insumo para las discusiones que se desarrollarían con posterioridad sobre los derechos de las mujeres y su inclusión activa en la sociedad.

Desafortunadamente, en las décadas siguientes, no hubo muchas estudiantes que traspasaran el umbral de la educación superior. Lo que respondió, entre otras razones, a que no formaron parte del proyecto educativo de la República que apuntaba a formar profesionales, además de que la estructura administrativa y jurídica que cobijaba a la universidad en ese entonces no favorecía tampoco su inclusión.

Alumnas en clase de Puericultura, 1926. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.

Alumnas en clase de Puericultura, 1926. Archivo Fotográfico Museo de la Educación Gabriela Mistral.
Sin embargo, cuando nos referimos a las primeras mujeres universitarias, es necesario hacer una distinción importante: las iniciativas de la época para fortalecer la educación femenina secundaria y superior privilegiaron principalmente a las mujeres pertenecientes a las clases más acomodadas.

Para los sectores más pobres se implementaron escuelas profesionales que dependían del Ministerio de Industria y Obras Públicas, las que cumplían un doble objetivo:

  • Preparar a las mujeres obreras para el hogar
  • Entregarles conocimientos útiles para el ejercicio de algún oficio afín a su género

La idea era que ello las ayudara a incrementar la precaria economía familiar, y a partir de las labores "propias de su sexo", aportaran, mediante el aprendizaje de ciertas habilidades técnicas, al desarrollo fabril de la nación.

Para concluir, si nos remontamos a las pioneras de la educación universitaria, podemos observar las dificultades que tuvieron para aproximarse a este espacio, los prejuicios que las afectaron y los estereotipos que tuvieron que derribar para acceder con propiedad a un reparto más justo y equitativo del conocimiento.

Ahora bien, aun cuando el Estado chileno nunca negó abiertamente el derecho de las mujeres a educarse, ni impidió a través de su legislación el ingreso de estas a la universidad, en la práctica, su actuar, al igual que el de muchos privados, no favoreció ni su integración ni la masificación de la educación femenina.

Esto se tradujo en actitudes discriminatorias que retrasaron y vulneraron la equidad de género en la educación universitaria durante gran parte de nuestra vida como nación políticamente independiente.

Sin embargo, estas actitudes no se relacionaban solo con el sexo de las jóvenes, también influían elementos como la condición social y la procedencia geográfica (las provenientes del mundo pobre campesino estaban prácticamente ausentes, a excepción de las que ingresaban a las escuelas normales y al Instituto Pedagógico), por lo que las de origen más modesto tuvieron que esperar aún mucho más tiempo para atravesar las puertas de la universidad.

Doctora María Isabel Orellana Rivera, directora Museo de la Educación Gabriela Mistral,

Referencias

  • Guérin, S. (1928).La mujer en las Escuelas Universitarias. En Actividades Femeninas en Chile. 1927. Santiago de Chile: Imprenta y Litografía La Ilustración, pp. 413-443.
  • Zanelli, L. (1917).Mujeres chilenas de letras. Tomo I. Santiago de Chile: Imprenta Universitaria.
  • Biblioteca Patrimonial. Museo de la Educación Gabriela Mistral.

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