Publicado en 05 de abril de 2017

Un corazón golpea la puerta

Un día un corazón irrumpió en los laboratorios del Centro Nacional de Conservación y Restauración de Dibam y cambió la forma de mirar el patrimonio.

La historia parte así: recibieron un correo electrónico para pedirles que, por favor, restauraran un corazón. Nada del otro mundo, salvo por un detalle: era de verdad.

El Museo Regional de Medicina, Región del Biobío, preparaba una exposición y necesitaba exponer de mejor forma esta pieza disecada.

"¡Era un órgano que fue sacado de un ser humano! Nosotros nos preocupamos de restaurar artefactos que no importa si son cuadros, restos arqueológicos o documentos, pero esto escapaba completamente a cualquiera de nuestras competencias", confiesa Roxana Seguel Quintana, directora de esta entidad.

El corazón, admite, generó toda una polémica pues no cabía en el laboratorio de pintura ni en el de arqueología ni en el de papel. Tocó varias puertas, entonces, hasta que finalmente se les sugirió el traslado a manos de un particular.

Antes, aclara Roxana, el concepto de patrimonio estaba muy ligado a las cúpulas del poder, como monumentos asociados a la elite política, económica y religiosa.

Ahora, en cambio, las solicitudes que llegan hasta esta entidad, dan cuenta de cómo ese concepto es más amplio y más vinculado a la emocionalidad.

"Por eso, fue importante que nos llegara este corazón. Porque nos hizo reflexionar en torno a cuáles son los referentes significativos para las personas, porque habla de la riqueza y de la diversidad humana".

Urnas bajo tierra

El Museo Regional de la Araucanía mandó al Centro Nacional de Conservación y Restauración varias cajas que contenían fragmentos cerámicos pertenecientes a urnas indígenas. Habían sido encontrados en depósitos y era necesario restaurarlos.

"Años después, conversando con Miguel Chapanoff, su director, nos contó que invitó a un conjunto de machis a visitar el museo. Ellas no podían creer que estaban viendo las urnas restauradas y puestas en una vitrina. ¿Qué hacían esos objetos ahí, si fueron hechos para estar en la tierra? Entonces nos dimos cuenta con claridad que el valor y el significado que tienen las exhibiciones y la restauración de algunos objetos no es el mismo para todos", confiesa.

Cuando el Centro Nacional de Conservación y Restauración cumplió 30 años de existencia, en 2012, entre otras materias, se propusieron fortalecer el diálogo con las comunidades cercanas cada vez que restauran un nuevo objeto.

Los platos rotos

Del Museo del Limarí (Ovalle) llegaron, en una oportunidad, cerca de 40 platos de cerámica cuyo primer proceso de restauración había sido hecho durante la década del 60.

Muchas de las piezas venían reconstituidas y los faltantes estaban rellenos con yeso blanco o con adhesivos que habían perdido sus propiedades. Por lo tanto, tuvieron que desarmarse para volverlas a armar, tratando de intervenirlas lo menos posible.

En un momento, descubrieron algo poco usual: existían varios platos con el mismo faltante en la base y el mismo patrón de fractura. Esto permitió presumir que dicha alteración no podía ser natural, sino que cultural.

"Llegamos a la conclusión que los diaguitas, al igual que otras culturas prehispánicas de la zona andina, acostumbraban también a 'matar' las piezas. Es decir, al momento del entierro, los objetos eran intencionalmente rotos, 'matados', en la creencia de que el 'alma' de la vasija acompañaría a la del difunto", aclara Roxana Seguel.

Lo interesante es que, hasta ese momento, no se había reportado para los diaguitas esta práctica ritual. Ahí se dieron cuenta de la importancia que tiene la restauración porque, si no hay un estudio en profundidad, fácilmente se puede cambiar u ocultar un significado.


Agradecimientos a Roxana Seguel Quintana, directora del Centro Nacional de Conservación y Restauración de la Dibam, profesora de arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios de posgrado en antropología y desarrollo en la Universidad de Chile.

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