Publicado en 31 de mayo de 2017

A Sabino Hilario Yáñez Gálvez no le gustaba leer ni escribir. Hizo la enseñanza básica en una escuela nada cercana a su casa, ubicada en la localidad de Topocalma, y luego terminó el colegio estudiando por las noches. 

De niño, caminaba más de una hora de ida y de vuelta para llegar a la sala de clases, pero nunca se interesó demasiado por saber más de literatura ni de historia. 

Tampoco, asegura, se caracterizó por su buena ortografía, pero hay una cosa que sí lo maravilló más tarde, cuando a los 21 años le abrieron las puertas del Archivo Nacional y fue el hecho de ver, por primera vez, caligrafía antigua. 

Sus formas, sus dibujos, entre rumas e hileras de documentos. Quedó fascinado. “Aprendí a conocer letras que no había visto jamás. 

El sistema de la paleografía, un tipo de escritura antigua, no era normal para mí. Poco me gustaba leer y escribir. 

Tengo una falta de ortografía que no creo que, a estas alturas, pueda reparar, pero esas letras –que cuesta tanto entenderlas- me llamaron mucho la atención”, confiesa.

Trabajar con dedicación

No es exageración decir que es casi una institución en el Archivo Nacional. 

Lo conocen todos. Famoso porque está pronto a cumplir 40 años al interior de esta entidad. 

A sus 59 años, “el Yáñez” –como lo llaman todos- todavía recuerda el día que empezó a trabajar como auxiliar de aseo.

“Nací en la Sexta Región, en la hacienda de Topocalma. Tiene playa y campo, entonces, sacábamos los mariscos del mar y sembrábamos papas. Yo no sabía lo que era la comida congelada. Me crié ahí cuando existían 85 familias y todas trabajaban en el fundo, como mi papá. Mi vida era maravillosa, en libertad total. 

Luego me vine a Santiago, cuando tenía 21 años, y al tiro llegué al Archivo Nacional, gracias a una amistad de mi padre. Nunca me he movido de acá. Pero no fue fácil aclimatarme al sistema de vida de la ciudad, y eso que no era como ahora. Extrañaba la libertad sana del campo. El año 82 me casé (dos hijos y dos nietos) y de a poco le tomé cariño al trabajo”, recuerda.

Hoy, lo suyo son los bienes raíces, todo lo que sean trámites de posesión efectiva y ventas de casa. Sentado en una de las salas donde actualmente se conserva esa documentación, aclara que desde el año 87 pasó a ser parte de la planta administrativa y comenzó a atender público.

Entre hileras interminables de documentos originales afirma que hay, “algunos de mil siete y tanto que todavía se pueden usar y leer”.

Debe haber mucha gente que viene acá con regularidad y que lo ve como una institución.

(Ríe) No sé si soy el segundo o tercero más antiguo. 

Entonces, muchos lo reconocen…

Bueno, muchos me recomiendan. Ahí me doy cuenta que me conocen por todo el país, por el servicio que presto. Me gusta trabajar con dedicación.

¿Qué significa para usted estar trabajando casi 40 años en el Archivo Nacional?

Mucho. Significa mi vida y futuro, aquí pude sacar a mi familia adelante, logré obtener una vivienda, sea como sea, pero obtuve un hogar y tengo dos hijos que trabajan bien. 

Solo me gustaría, quizá, que hubiese un buen reconocimiento para todos, no solo para mí, quienes hemos trabajado por tantos años en esta institución. No sirve de mucho que reconozcan méritos cuando ya están muertos, ¡ahí son siempre todos buenos!

¿Cuál diría que es la importancia de este lugar?

Pocos saben lo que acá se hace, quizá un 40 por ciento de los chilenos no tienen idea. 

O más. Para mí, el Archivo Nacional es el custodio de la documentación del país y muchos se enteran de esto recién cuando necesitan ver el historial de una propiedad o de un hecho histórico donde quedan decretos, correspondencia o resoluciones.

La historia parte acá. 

Sí, esta es la parte administrativa del país y, por ende, para mí, tiene más valor que una biblioteca.

¿Por qué?

Porque la biblioteca está más relacionada con la educación, pero el Archivo Nacional custodia el funcionamiento del país.

A su juicio ¿hay algún documento de la historia de Chile, conservado acá, que deberíamos leer?

Bueno, acá hay muchos documentos relevantes, como los vinculados a temas limítrofes u otros históricos. Hay uno sobre la matanza de Santa María, donde se puede leer el nombre de todos los que murieron. 

Una cosa es haber escuchado sobre esto y otra distinta ver esos documentos. Ese dicho que dice que hay que ver para creer es la pura verdad.

A nivel personal, ¿qué impacto le provoca trabajar rodeado de tanta historia?

Bueno, una vez me pasó algo especial en este lugar. Es que yo no conocí a mi abuelo, pero sí encontré su firma acá. 

Mi padre, antes de que falleciera, mi dijo su nombre. Se llamaba igual que yo. Pero no sabía más porque nació en la época de las salitreras, mi abuelo se fue a trabajar al norte, a Antofagasta, pero mi papá quedó con otra familia. 

Lo suyo es la documentación de bienes raíces y los trámites asociados.
Lo suyo es la documentación de bienes raíces y los trámites asociados.

Como me conversó alguna vez de mi abuelo, se me ocurrió buscar, pensando que en algún momento podría haber hecho alguna compra. Efectivamente encontré que sí lo había hecho, en conjunto con otro hermano, y que luego vendieron esa propiedad. 

Conocí su firma por lo menos.

Fue una manera de acercarse a él.
Claro.

Lleva casi 40 años trabajando en la ciudad, ¿ha pensado en volver a sus tierras?

Vuelvo todos los años a la casa de unos amigos que son como mi familia. Me dan ganas de irme a vivir por allá, pero me aguanto un tiempo más, porque siento que no puedo darme el lujo todavía de dejar lo que tengo. 

Si tengo suerte y me permite Dios, podré, un día, volver a disfrutar del campo.

Se cuentan historias

A Sabino Yánez le gusta trabajar en este edificio de cuatro pisos ubicado en calle Matucana. 

Todavía recuerda lo que significó esa mudanza. Meses enteros primero para amarrar y clasificar lotes de archivos y otros meses enteros para reordenarlos. 

Incluso, recuerda, hizo las veces de anfitrión y en más de una ocasión tuvo que quedarse en las noches vigilando la nueva casa. Un custodio más en el templo del patrimonio documental.

¿Paseaba en las noches por acá?

Cuidé este edificio antes de que lo entregaran para el Archivo. Me quedaba de noche porque habilitaron una pieza especial.

¿Qué tal la experiencia?

¡Nooo! Algunos decían que era escalofriante, pero para mí, no. 

Este edifico era el DAE, el almacén del Estado, pero lo dieron de baja y quedó para el Archivo. Empecé a reordenar documentación y me quedaba cuidando algunas noches. 

Me gustaba, era tranquilo. ¡Claro que se cuentan historias! Una vez hubo un colega que le vino una descompensación diabética y falleció en la posta. 

Muchos que lo conocían dicen que les toca el hombro cuando caminan por las bodegas. O lo ven pasar entre los pasillos, pero yo nunca lo he visto (ríe).

Otros contenidos de nn