Publicado en 01 de septiembre de 2016

El pueblo de Pelotillehue, la cancha de fútbol de Barrabases, el niño que viajaba por el tiempo y que conoció a célebres personajes, como Ogú, o las portadas de las revistas El Peneca y Simbad, ilustradas por la vanguardista Elena Poirier. Todos tienen algo en común y es que son parte de las historietas chilenas, caricaturas y personajes que, a pesar de que tuvieron su momento de gloria, hoy siguen más presentes que nunca.

Tanto, que recientemente la Biblioteca Nacional inauguró la exposición Monos y monadas, justamente al cumplirse un año desde que el Consejo de Monumentos Nacionales declarara como Monumento Histórico a las cerca de 10 mil historietas conservadas por la sección Hemeroteca de esta entidad.

Mampato

Mampato
No es lo único. Recientemente el Museo Histórico Nacional compró toda la colección del Museo de la Historieta y, en el ámbito literario, el historiador Jorge Rojas publicó "Las historietas en Chile, 1962-1982. Industria, ideología y prácticas sociales".

Sincronías culturales que solo hablan de la real importancia de este arte y oficio. "Esto es materia prima", advierte Carolina Barra, curadora del Museo Histórico Nacional, argumentando que hoy se están rompiendo los márgenes de lo tradicional como fuente bibliográfica y por eso se considera a la historieta como una herramienta historiográfica y de bibliografía.


Jorge Rojas, autor del libro mencionado y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, habla de un redescubrimiento de este tipo de fuentes históricas que, a su juicio, tienen la virtud de ser expresión de una sensibilidad muy masiva, pues sus contenidos tuvieron una fuerte penetración en la sociedad. Lo curioso, advierte, es que fue considerado por muchos años como una subliteratura.

"Ariel Dorfman tenía una cátedra en la Universidad de Chile, donde enseñaba sobre el folletín, la novela rosa y la historieta. Estaba abajo. No alcanzaba a ser nada y era analizada por el peligro que podía mostrar su influencia negativa. Esa mirada de desprecio, hoy no tiene justificación. Al revés, hay una valorización de la cultura de masas y de las expresiones culturales, pues nos dicen algo de la época".

De ahí que el Consejo de Monumentos Nacionales haya puesto en valor a este tipo de narrativa, pues las destaca como "testimonio de la identidad, tradiciones e historia social" del país.

Más que historias y dibujo

Hay distintas maneras de mirar a la historieta. Mauricio García, aficionado, coleccionista, creador y director del Museo de la Historieta (funcionó desde 2010 hasta 2015), lanza primero la gran disyuntiva sobre si la fascinación viene por los dibujos o por las historias.

Carlos Caszely

Carlos Caszely
Uno nunca está de acuerdo, enfatiza, en si es más importante la ilustración o el guión, pero, sin duda, la atracción sería producto de una mezcla de ambos. Cree, además, que este tipo de narrativa siempre ha estado vigente en el país, a pesar de haber vivido su época de oro durante la década del 60 y comienzos del 70.

"Creo que la novela gráfica actual es una continuidad de la historieta, pues esta última no puede circunscribirse solo a la revista si se considera que está presente también en los diarios y en libros. La historieta es historieta por lo que representa, no por el soporte", aclara el creador del Museo de la Historieta, el cual llegó a ser un referente en el país y en el extranjero, pues logró reunir más de 3 mil revistas, un centenar de libros, además de los casi 800 dibujos originales de alrededor de cien autores.

Jorge Rojas, por su lado, define a la historieta como una secuencia de cuadros con lenguaje visual y a la vez escrito, que en ocasiones reducen su producción a caricaturas de un solo cuadro. La suya es una mirada desde la dimensión social, política y cultural y, por lo tanto, destaca la importancia de la historieta como expresión cultural capaz de aportar a la capacidad creativa e imaginativa, aun cuando, en algún momento, se pensó que podía poner en riesgo a la literatura.

"Es, además, una expresión cultural que integra elementos comerciales e industriales, pero también hay arte. En algunos casos, se impone el criterio comercial, en otros se nota que hay mucha artesanía".

Probablemente sea el oficio artesanal lo que más llama la atención de la curadora Carolina Barra. Para ella, la historieta es una narrativa que busca mostrar el mundo con sus propios códigos y eso es, a su juicio, lo que la vuelve maravillosa.

"Es un trabajo distinto. Tiene ese halo aureático, del que hablaba Walter Benjamin, ya que el dibujo realizado a mano es único. La gracia de todo está en el trabajo manual; al interior de las editoriales esto se producía en un esfuerzo en cadena, donde el dibujante cumplía un rol más al igual que el colorista y el libretista, por mencionar a algunos".

Hay algo de nostalgia en este mundo, de querer todavía encontrar esas viejas historietas en los quioscos y es algo que probablemente tiene que ver con lo que dice Carolina, pues las grandes historias fueron importantes para la infancia de muchas personas, en una época más calmada, donde al comienzo no había televisión. Menos señal de internet.

Las historietas para niños, señala Carolina, apelaban a la fantasía y les daban una cierta independencia a esos lectores. Tenían la oportunidad de imaginar, de conocer el mundo. "Tal vez hoy día es relativamente fácil viajar, pero en los años 50, era imposible para casi toda la sociedad. Mampato mostraba el mundo y lo hacía como una aventura. Eso es algo inolvidable y quizá por eso muchos coleccionan, porque es una forma de guardar historias propias".

Martín Vargas

Martín Vargas
No tiene nada en contra de la era digital, pero sí cree que el tiempo cambió mucho y esa capacidad de poder tener una vida entre comillas más contemplativa, que tuviese ciertos ritmos, ya no existe. Lo que es ahora importante, añade Carolina, deja de serlo en pocos segundos. "En cambio, antes se esperaba la llegada del nuevo número de una revista; había expectativa por esperar ese 'regalo' cada quince días".

Algo similar piensa Jorge Rojas. A su juicio, a pesar de que la historieta sigue existiendo, esta ha adoptado otros rasgos. De partida, no tiene la cercanía de otras épocas, pero, además, llega a ciertos estratos sociales, porque requiere de un mayor nivel de ingresos que los de antes, cuando era de entretención masiva.

"Antes, la historieta era tema de conversación, un objeto de regalo cotidiano cuando alguien enfermaba", añade. Lo que queda, ahora, tiene un lenguaje similar, aunque más elaborado y recargado de elementos visuales, propio de la transformación del arte actual.

A pesar de la rapidez y de la influencia tecnológica, Mauricio García defiende las ventajas de los medios digitales pues es a través de ellos que muchos leen historietas hoy en día. Claro, a lo mejor, admite, ya no está el entusiasmo y la espera del "continuará", pero, a pesar de esto, las sagas siguen existiendo.

Dibujar en vez de hablar

El barón Von Pilsener es un profesor alemán, de prominente barriga, que empieza a ganarse la fama de distraído al poco tiempo de llegar a Chile. Se ríe un poco de nuestras costumbres y manera de actuar, de lo desordenado que es todo, se detiene en las diferencias sociales, en cómo admiramos lo extranjero.

Es también el primer personaje de historieta, creado en 1906, por el artista Pedro Subercaseaux, bajo el seudónimo de Lustig. Su aparición marca el comienzo de la historieta en Chile, a pesar de que existieron unas primeras caricaturas, en 1822, en el periódico Viva la Patria y luego, en 1858, se publicó El correo literario, un periódico centrado en las caricaturas políticas. La Revista Cómica, también creada durante el siglo XIX, apareció burlándose de todas las autoridades de la época.

Revista Zig Zag

Revista Zig Zag
Las historietas abarcan muchos ámbitos, pero sin duda el político es uno fuerte. En Chile, Condorito es todavía un éxito por su humor; El Peneca y Mampato fueron clásicos infantiles; Pepe Antártico hizo reír con su picardía; el siniestro Doctor Mortis jugó con el misterio y terror; sin embargo, hubo también un público leal para el debate ideológico.

El cómic de antes era más liviano y evasivo, aclara Jorge Rojas, a tal punto que, ideológicamente hablando llegó a ser objeto de crítica. No fueron pocos los que sintieron que traicionaban sus ideales cuando, en 1972, Ariel Dorfman y Armand Mattelart publican, contra la literatura de masas, el libro Para leer al Pato Donald.

"Fue un debate que ahora parece exagerado, pero que de todas formas sentó las bases de una reflexión más política sobre las historietas. En ese sentido, fue un aporte, aun cuando sus autores fueron un poco ingenuos al suponer que el lector absorbería todo, alienándose".

En Chile, las historietas también se vieron afectadas por este debate ideológico. Algunas fracasaron en términos comerciales, advierte Rojas, porque el público las rechazó o sintió distanciamiento de que personajes muy similares a Tarzán, con taparrabo, rubio y que salvaba la vida de los 'negritos ignorantes', sufriera un vuelco para evitar reproducir un colonialismo evidente.

"Mizomba (de Los Intocables), por ejemplo, el personaje con más arrastre, experimenta un cambio y se da cuenta que él es europeo y que no es nadie para tener que estar diciéndole qué hacer a los demás. Continúa apareciendo, pero sin tanto protagonismo y usando pantalones. Eso fue el acabose. Las ventas se fueron para abajo, pero la ideología era más fuerte".

El humor y la caricatura política tuvo aciertos, según Rojas, con nombres como La Chiva, muy contestataria, y, más tarde, con el clásico Don Memorario, de Lukas. Ambos parte importante de nuestra historia, de la que también dará cuenta el Museo Histórico Nacional.

El próximo año hará uso de una parte de la colección comprada al Museo de la Historieta, para presentar una exposición dedicada a mostrar el oficio que había detrás de estas publicaciones, además de un sinfín de historietas políticas.

"A través de las caricaturas, se dicen hasta el día de hoy cosas que a veces no se pueden hablar. Es un pronunciamiento político, un mecanismo que revela la actualidad, pero muy críticamente", enfatiza Carolina Barra.

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