Publicado en 21 de julio de 2017

Dicen que es una de las fiestas más antiguas de la Región Metropolitana y está dedicada al roto chileno. 

Cada 20 de enero, el barrio Yungay celebra en grande a ese personaje que todos llevamos dentro, pero que solo unos pocos han sabido cultivar. 

No es llegar y andar de roto por la vida. Acá no existen los términos medios. “Es despreciable y admirable al mismo tiempo”, advierte Maximiliano Salinas, historiador y profesor de Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago (Usach). 

Siempre dando que hablar, muy vigente a pesar del menosprecio de muchos. No es menor que todavía exista la frase “es de roto”, justamente para referirse a lo peor, a la manifestación más bochornosa y poco elegante de todas jamás vista. 

“Siempre ha sido despectivo. En el siglo XVI, se decía: ‘ahí vienen esos rotos’. Tanto, que pasó a caracterizar al personaje popular chileno, ese mestizo mezcla de español con indígena”, añade Salinas.

Una visión que, a ojos de los expertos, se aleja totalmente de la realidad. “Nos parece mal esa visión folclórica y chauvinista de la elite”, aclara José Osorio, presidente de la junta de vecinos Barrio Yungay. 

A su juicio, el roto chileno hoy es el que lucha por su barrio, su territorio, su país y las buenas prácticas comunitarias. “Ese es el roto que queremos reivindicar, ese es el que sale al carnaval y que trasciende al barrio Yungay”, enfatiza Osorio.

La fiesta

El 5 de abril de 1839, el presidente José Joaquín Prieto dictó un decreto presidencial para crear el barrio Yungay, llamado así en honor al lugar donde se libró la batalla homónima. 

La fiesta vino justo un año después y fue no solo para celebrar el triunfo de Chile –en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana-, sino también para aplaudir a los héroes del combate.

“Los protagonistas de esta batalla fueron rotos chilenos, mucho campesino que fue obligado a ir la guerra, pobres, con sus ropas rotas y que triunfan en forma heroica”, añade Osorio.

Este carnaval, aclara Maximiliano Salinas, es el primer intento por identificar al pueblo chileno como el que está construyendo la nación; sin embargo, la figura del roto peleador se acentúa más durante la guerra del Pacífico. 

A juicio del historiador, en la batalla de Yungay recién se estaba armando la nación, en cambio, cuando ocurre este otro conflicto, el país había avanzado, considerando que los rotos, le había dado la victoria a esta nación triunfante.

Si bien es cierto que la fiesta ha sufrido cambios (las primeras duraban un mes entero), hoy en día permanece la tradición de integrar al Ejército y a algunas instituciones públicas. 

En los últimos diez años, además, advierte José Osorio, han asumido que el roto es un personaje popular de todos los países de América Latina. 

Fue así como empezaron a hablar del “roto sudaca” y de los rotos que luchan por el barrio y que defienden su calidad de vida.

“Es una fiesta de integración, donde se reivindica el derecho de ocupar el espacio público. Es un recuerdo de la historia que se proyecta al futuro, recuperamos al barrio y celebramos esa lucha. Es un hito que nos da la posibilidad de instaurar buenas prácticas comunitarias (ecológicas y patrimoniales) y de celebrar en familia, con los niños y con los inmigrantes que viven acá”.

Un arquetipo

Hay una escena que sirve para graficar al roto chileno: es de noche y Maximiliano Salinas está sentado en un bar, junto a un grupo de alumnos. 

De pronto, se acerca un hombre con su botella y se sienta con ellos. “Transformó la atmósfera. Pasó a ser el centro de reunión, instaló los temas de conversación. 

Un roto chileno con todo su ingenio y gracia, arremetiendo, porque fue capaz de incorporarse y plantar sus puntos de vista, su visión del mundo y graciosamente, ¡no iba a ser un latero! (risas). Yo pensé: ‘no, este gallo tiene una tradición increíble. No es él, ¡es una cultura!’”, relata Salinas.

Un arquetipo, dice el historiador. Es decir, un personaje que irradia encanto por vivir y una cierta liviandad que descoloca y despierta envidias entre todo el resto. 

Una forma de vida que tendría su origen en la mezcla de españoles con indígenas. 

“Hay que ver qué aporta cada lado porque los españoles que llegan a Chile (del sur de España) son los más arrojados, los más atrevidos; ni muy europeos ni muy cristianos, sino que con mucha tradición oriental. El indígena, por su lado, tiene una vitalidad increíble, sus fiestas, durante la Colonia, eran extraordinarias, entonces, se mezclaron dos culturas que se entendieron. Habitualmente se dice que los españoles eran una cosa y los indígenas otra, pero no me creo ese cuento”, argumenta Maximiliano Salinas.

El roto, por lo tanto, es parte de la historia de Chile. La élite, añade el historiador, se construyó en la negación de esta forma de ser, bajo la formalidad y la seriedad. 

“La República se constituyó como la negación de la locura; ¡eso es Portales y Andrés Bello, pero el pueblo no tiene nada que ver con eso!”, puntualiza.

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