En la oficina salitrera de Humberstone y en el Museo Histórico Nacional se conservan algunas muñecas de trapo, camiones con ruedas hechas de tarros de conserva, carteritas de alambre y otros diseños confeccionados con latón. Juguetes entrañables que dan cuenta de la historia de Chile y la de los niños.
Carritos realizados con tarros de conserva.
Camioncitos de madera, muñecas de trapo o pistolas de fierro son parte de las colecciones que hoy se conservan en la oficina salitrera de Humberstone y en el Museo Histórico Nacional.
Considerados como parte del patrimonio de la infancia, esta última institución cuenta con una colección que incluye algunos juguetes de factura artesanal y otros vinculados a las artes decorativas. Todos del siglo XX.
Muchos de la época del presidente Aguirre Cerda, quien llevó a cabo el proyecto llamado “Pascua del niño pobre” para que ningún menor quedara sin juguetes en esas fechas. Premisa suficiente que motivó la fabricación artesanal.
Porque hasta ese entonces, solo las familias acomodadas obtenían autitos o casitas en miniatura traídas de Europa o las adquirían en casas comerciales, como la Casa Prá y Gath & Chaves, entre otras; los niños de escasos recursos solo se divertían jugando a la gallinita ciega, con bolitas o imitando diseños de juguetes extranjeros usando la madera.
Conducta que también se repite al interior de las salitreras. En Humberstone, todavía es posible ver más de 400 juguetes pampinos que quedaron abandonados en las calles y casas.
Frente a la escasez de recursos naturales, usaban alambres de detonaciones para crear collares y carteritas, en tanto que los tarros de conserva servían para hacer las ruedas de los camiones tolva, y las latas y cajas de fósforos se usaron para confeccionar pequeños trenes. No faltaron tampoco las muñecas de trapo y las pistolas de fierro.
“La historia del norte se escribe en esta pampa”, advierte Georgina Pastene, administradora de la salitrera, cuyo abuelo trabajó en las salitreras. A su juicio, todos los recuerdos de esa época, pasan por esta colección de juguetes y su materialidad, la que, sin duda, da cuenta de la precariedad vivida. De hecho, explica, la sala de juguetes fue hecha justamente para que los pampinos pudiesen revivir los buenos momentos.
Las dos Guerras Mundiales contribuyen a fomentar la creación nacional. En 1926, había una docena de fábricas chilenas dedicadas a los juguetes de cartón y de hojalata. Paralelamente, se potenció la industria nacional logrando que, entre otras cosas, los juegos se volvieran más asequibles. Junto con esta masificación, empezó a evidenciarse la división por géneros.
Los estereotipos, muy marcados en esos años, se dividían en dos categorías: soldaditos de plomo, carretillas y palitroques para los varones, versus los juegos de té, casitas amobladas y pequeñas planchas que podían alisar las prendas de vestir de las muñecas.
Durante los años 60, surgieron los gremios al interior de las industrias como una forma de hacer frente a la competencia internacional que comenzaba a ganar terreno. Después de 1973, producto de la apertura a la economía de mercado, decayó definitivamente la fabricación nacional, aunque persistió –gracias a la calidad- la confección artesanal de juguetes.