Publicado en 20 de enero de 2017

Jimena Jerez calificaría muy bien como personaje de García Márquez o de Isabel Allende. La antropóloga valdiviana ríe al escuchar esto, pero no lo desmiente. Desde su mundo de abuelas y tías brujas, mapas perdidos, plantas mágicas y tréboles de cuatro hojas, se ocupa del manejo de las redes sociales en el área de Comunicación y Desarrollo Institucional del Museo de Sitio Castillo de Niebla.

Además de moverse entre este y otros ámbitos, como el turismo local y la comida con identidad. Ha escrito libros sobre patrimonio, género, y el título "Plantas Mágicas de la Costa Valdiviana (El Kultrun)" y uno próximo llamado "El Kultrun. Plantas Mágicas de la Región de Los Ríos".

Hace unos años, haciendo un trabajo de museografía al interior del museo, Jimena Jerez y el director de esa institución Ricardo Mendoza, encontraron un antiguo y desconocido mapa de Claudio Gay.

Mapa de Claudio Gay reveló desconocido huerto que existió en el Museo de Sitio Castillo de Niebla.

Mapa de Claudio Gay reveló desconocido huerto que existió en el Museo de Sitio Castillo de Niebla.
El mapa reveló, que en ese mismo lugar, había un pozo de agua y una gran huerta. Con el descubrimiento, nació de inmediato la idea de revivirlo, entregando una interpretación más coherente al museo. Este proyecto, al tratarse de una intervención arqueológica, depende de la aprobación del Consejo de Monumentos.

Surgió también la idea de implementar en Valdivia un jardín etnobotánico que contribuya a difundir la gran biodiversidad de la selva valdiviana y con ello el valor medicinal, genético y patrimonial de muchas de sus plantas.

Bajo este nuevo desafío, comenzaron a plantar especies vegetales nativas en algunos espacios del museo. De Infor (Instituto Forestal de Chile) recibieron la donación de diez plantas de Greigia sphacelata (chupón), materia prima de cestería lafquenche, cuyo fruto es comestible y medicinal, pero, además, su raíz tiene la enorme virtud de afianzar los desprendimientos en zonas erosionadas.

"Sentimos que innovamos en conservación preventiva y, al mismo tiempo, podemos mostrar una planta hermosa, de uso tradicional, tanto alimenticio como en arte textil, ligándolo con temas de identidad, cultura y puesta en valor de tecnologías no agresivas", enfatiza la antropóloga.

Raíces familiares

"Mi abuelita me enseñó de remedios y otras cosas que aprendió de su abuela Tomasa, en tanto que mi mamá nació cerca del Villarrica, en parto mapuche. Hasta los cinco años sólo hablaba alemán y mapudungun. De ella heredé un amor infinito por la naturaleza", comenta.

La herencia familiar marca sus pasos: un abuelo paterno ebanista, constructor de las puertas y ventanas del antiguo Hotel Pedro de Valdivia, fundador del Partido Socialista cuando era el Partido Popular; un abuelo materno alemán, botánico; una tía nutricionista que se definía como 'curiosa', quebraba el empacho y curaba el mal de ojo, "me decía: 'nosotras no somos brujas, hija, somos brújulas"; una abuela paterna descendiente directa de los Pincheira, destacada dirigente social, boxeadora y lavandera, que rearticuló el Partido Socialista en plena dictadura; y una bisabuela yerbatera.

- ¿De qué manera toda esta historia familiar influyó para que saltaras de la antropología a la etnobotánica?

- Siempre me gustaron las plantas. De niña podía estar tardes enteras mirándolas. Les hablaba, tenía una huerta y a los 10 años la cuidaba sin ayuda. Ahí cultivábamos habas, porotos y plantas medicinales. Mi papá me estimulaba mucho y mi mamá también, porque sabía de plantas y medicina.

Aromático y tradicional fruto del chupón.

Aromático y tradicional fruto del chupón.
- ¿Cómo fue para ti vivir en esta familia similar a la de Aureliano Buendía o a la de la Casa de los Espíritus?

- (Risas) Creo que la gente, las familias de campo, vivían muy aisladamente. Valdivia no era como es ahora. Era una ciudad pobre, castigada por la dictadura. Me tocó la desgracia, además, de que mi familia era de izquierda, por lo que mi abuela estuvo metida en la clandestinidad y en el exilio. Tenía un cuartel de la CNI al lado de mi casa. Era algo cotidiano. Nadie me va a decir que no pasó. Siento que el libro "Plantas mágicas" sirvió para rescatar a esa niña que fui.

- ¿Qué hace que una planta sea mágica?

- La magia tiene que ver con la modificación del modo de percibir, está delante de nuestros ojos, cuando cultivas el silencio interno, cuando dejas atrás los vicios como el azúcar, la sal o las quejas. Lo mágico no es supersticioso, es mirar el mundo como algo vivo, superior a nosotros; es entender que estamos acá y tenemos tareas pendientes por hacer.

- ¿En qué minuto llegas a la etnobotánica?

- El año '96 me ofrecieron una tesis y tenía ganas de hacer algo con lo que había aprendido de mi abuela. Partí escribiendo cientos de nombres científicos de plantas. Fuimos a catastrar plantas medicinales en Chonchi, y de ese trabajo salieron cien plantas que se convirtieron en un herbario y una propuesta metodológica.

- ¿Qué significa un huerto etnobotánico?

- El quehacer etnobotánico trata de responder tres ámbitos diferentes de conocimiento: cómo los seres humanos ven, comprenden y utilizan su medio ambiente vegetal; cómo se inscriben y cómo reconocen, nombran y lo clasifican; y cuáles son los orígenes, usos, propiedades y valor económico de estos vegetales. El problema es que su enfoque inicial era economicista, utilitario cuando, en realidad, las plantas son hechos culturales.

Lo que hace un jardín o huerto etnobotánico es justamente poner en valor conocimientos ancestrales con un fin educativo y patrimonial, rescatando semillas, genes y tecnologías, combatiendo el etnocentrismo cultural. Las culturas originarias, sin duda, tenían resueltos los temas de sobrevivencia y sustentabilidad.

Por ejemplo, sabemos que en el asentamiento humano de Monteverde, hace 18 mil años, vivían en domos, realizaban intercambio, sanaban enfermedades con plantas, se alimentaban de mar y tierra; mientras que hoy botamos comida cuando otros mueren de hambre, producimos plástico que enferma al cuerpo con dioxinas, matamos el agua, preparamos un remedio que sana el dolor de cabeza, pero enferma el hígado.

- Postulas que los chilenos usamos las plantas solo con fines utilitarios y no somos capaces de convivir con la naturaleza desde el respeto ¿cómo se aprende a vivir así?

- Difícil pregunta. No tengo la respuesta. Uno dice: ´la educación´. Quizá el tema pasa por el respeto, algo que se enseña en casa.

- ¿De qué manera nos ayudaría a los chilenos convivir desde el respeto con la naturaleza?
- Para enamorarnos del conocimiento, para valorar lo que somos y buscar en la sabiduría de lo antiguo respuestas para el futuro. Porque cuando viene una farmacéutica suiza y patenta cinco plantas sagradas mapuches, es porque tienen claro lo que eso significa. Los únicos dormidos somos nosotros.

Cuando entiendo que el mundo no me pertenece y empiezo a mirar a las plantas como seres vivientes y sagrados, entenderé que hay que buscar formas de cuidarlas, más ahora que es tan inminente la realidad del cambio climático y de la crisis del agua.

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