Publicado en 14 de marzo de 2018

En otro tiempo, este título pudo ser “Sabella y la cultura nortina”. Se habría entendido a cabalidad. Hoy, se advierten cambios. ¿Existe una nueva mentalidad? Suponer que en tal hecho subyace un dilema, induce a pensar con Antoine de Saint-Exupéry que “conocer no es desmontar ni explicar. Es acceder a la visión. Mas para ver conviene antes participar.  Duro aprendizaje.” Amparados en esta especificación, recordamos que durante años, un considerable sector de la ciudadanía estuvo atento a una relación donde el escritor Andrés Sabella Gálvez (Antofagasta, 13 de diciembre, 1912 / Iquique, 26 de agosto, 1989), aparecía flanqueado por la educación y la cultura nortinas. 

“Educación – Sabella - Cultura” fue una interesante realidad y un valioso e implícito reconocimiento social. En la actualidad antofagastina, para entender su significación, debe circunscribirse, aproximadamente, al período entre 1930 y 1990.  Si representáramos esa relación con la poética imagen de un libro abierto, sería suficiente: aquí, una página para educación; allá, otra para cultura y ambas en dinámica complementación, aportada por Andrés Sabella. Al “conocer” esta representación, el lector empieza a “participar” de su mundo literario.

Razón tenía Sergio Hernández en uno de sus poemas infantiles “que tomaron la antigua forma del enigma”, al caracterizar ese imaginario libro abierto como:

“Árbol muy sabio
y encuadernado
hojas de ciencia
hojas de agrado.”

(ADIVINANZAS. 1998)

El libro o la idea de libro de un alumno sanluisino, que promediaba sus estudios de humanidades, debe considerarse en el inicio de la aventura cultural de Sabella. Aunque ya había escrito sus primeros “textos”, octubre de 1929 marca un hito en su quehacer cultural.  Al salir de misa dominical, los fieles en la Plaza Colón vieron descender desde las alturas los ejemplares de CARCAJ -un folio con dos dobleces e impreso por ambos lados- , con especificación de “13 Poemas de Vanguardia y una Ilustración”. Mientras tanto, ese pequeño avión del que se lanzarán aquellos poemas, se dirigía al aeropuerto.

Joven inició la senda que le permitió ser “El Poeta del Norte Grande”. Para 1930 y ahora sí, como libro, publicó sus poemas en Rumbo indeciso. Escribió, entonces, La faja colorada (1934), La sangre y sus estatuas (1940) con poéticos pensamientos que insinúan lo medular de su gran novela Norte grande (1944). Crónica mínima de una gran poesía (1941), es un novedoso ensayo que trata de “Chile en la poesía y expresión social de sus poetas, libros y noticias de 48 poetas jóvenes.”  También es el tiempo, 1945, en que edita Chile, fértil provincia..., “una pequeña historia de ternura” que coincide en la intención creativa con Poema de Chile, de Gabriela Mistral, gestado “a partir de la muerte, en 1943, de Yin Yin, el sobrino que vivía con ella en Petrópolis.”

En la década siguiente, deja Santiago y acontece el reencuentro con su Norte, en libros como Pueblo del salar grande (1954), Semblanza del norte chileno (1955), Poemas de la ciudad donde el sol canta desnudo (1962), sin olvidar una “obrecilla” escénica, en tres actos: La ciudad viva (1966) que conmemora el Centenario de Antofagasta y donde dialogaban “La Voz de la Ciudad, La Playa, Juan López, El Viento, Los Cerros, El Ancla y La Portada.”  A su producción, agregará el casi olvidado volumen Dura lanza (1973). Casi olvidado por la indeseada coincidencia temporal. La importancia de estos libros y otras publicaciones, testimonian sus afanes por “nortinizar”. 

Este “hacer Norte” lo lleva a rescatar y también a poner en la conciencia pública la epopeya del salitre, sin olvidar la gesta del resto de sus conciudadanos, en una sociedad que luchaba por apropiarse de lo más valioso de esta tierra, que era su querencia.  La obra de Sabella testifica su entrega espiritual a una región que, superando sucesivas crisis, había logrado progresos notables. Caracoles, con su cerro de plata; Huanchaca, las oficinas salitreras y los campamentos del cobre... todo se difuminaba.  Nuevos horizontes necesitaba el espíritu nortino. Circunstancias similares permitieron que escribiera su Hombre de cuatro rumbos (1966). En el trasfondo de estas ideas, aún resuena su soneto:

“Antofagasta principia en una huella,
donde el sol fue la vívida simiente:
Antofagasta guarda entre su frente
levadura de océanos y estrella.

Lar de sangre y sudores en querella,
de la ambición del hombre es confidente:
todo aquí tiene pulso de torrente,
¡su historia, como un cántico, destella !

¡Oh, Ciudad del Reloj de los Ingleses,
del Ancla augusta y La Portada recia,
rotunda de metales y de peces!

Eres un nido lleno de futuro:
te ama el viento, la vastedad te aprecia,
porque en ti lo esencial está maduro! “

(“Antofagasta”. Noviembre de 1954).

Sabella, sin ser profesor, fue siempre un “maestro”. Sus escritos y sus palabras educaban e instaban a muchos a dar lo mejor de sí mismos. Su quehacer apuntaba muy alto. Puso su creatividad al servicio de la niñez para “dignificar la infancia”, enaltecer sus quimeras y hasta jugó con todo lo popular. En esta modalidad creativa cada título fue un acierto.  Vecindario de palomas (1941), Martín gala (1948), seguido de El caballo en mi mano (1953). Ya vendrán Canciones para que el mar juegue con nosotros (1964), Infancia con cinco estrellas junto con El azar de la veleta (ambos inéditos en 1972).  Imposible omitir Un niño más el mar (1972) que antologa gran parte de esta quimérica poesía. Recuerdos similares a estos -por la tensión y distensión de estas ideas, casi como de un oleaje-, asomarán en más de algún lector:

“De la vieja tarde de mi infancia,
vuelve a salir el Mar hacia mis manos:
lo toco, gozando, el tiempo,
que no es ni sombra, ni huella;
el tiempo que se disfraza de Mar
para jugar en medio de los hombres.”

(“Tambor de agua”).

El decir que “no solo de pan vive el hombre”, lo entendía y lo confirmó Sabella, por el sitial asignado a “la espiritualidad y la religión” en sus libros.  La relación de parejas con su espiritualidad de “ternuras, nostalgias y también los pequeños abismos del amor”, ya se anida en Los viajeros opuestos (1943). Progresa en Sobre la biblia un pan duro (1946) y La estrella del hombre (1953), libros que se incluirán en el volumen Célula cristo (1972).  Estas páginas y La paloma de cemento (1980), ofrecen al lector la más antigua y depurada ejemplaridad de religiosidad cristiana:  

“Los doctores oían al infante, saboreándole donaires.
De las recias columnas bajaba un helor de pasmo.
Nadie poseía más función que la del oído maravillado.
Hablaba el Niño. (…)   
En clamoroso fuego de gracia, las palabras expandían la conciencia de los doctores.
Hablaba el Niño. (…)  
El Niño golpeó una mejilla del distraído: su rostro se convirtió en piedra.”

(“La paloma de cemento”)

En esta modalidad creativa cada planteamiento proyecta hacia la más sutil “nortinidad”, con pequeñas lecciones de fe y sacrificio para que, en la paz de los humildes, no se apague la esperanza. 

A nadie sorprende que todo un gran sector de su literatura revele “motivos de crítica y denuncias”, donde la “nortinidad” se vierte en un sentir entrañable y con esa conciencia social que apasionó a generaciones de áureos tiempos.  Fue en septiembre de 1970 y un día, apareció un llamativo libro rojo, un libro-disco, con un buen retrato del autor: era ALTACOPA Cantata en 144 versos y una sed. La obra de poesía y música fue un verdadero brindis para el pueblo chileno. ¿Alguien recuerda, de dos años después, Canción y poesía? (Homenaje a sus 60 años, con el repertorio musical del Conjunto Folklórico de la Universidad del Norte.)  A continuación, El mar tiene 20 años y ¡ojalá los hubiésemos tenido ese 1978 para luchar más por conseguirle el esquivo Premio Nacional de Literatura! En 1981, “Tú no tienes fin” impresionó tanto, como su perspicaz crítica social de Cetro de bufón (1984) y el dolido sentir de A las puertas del alba, editado en 1987, aunque escrito con anterioridad.  Allí están sus “Sonetos oscuros” (I y II) y la ya conocida “Canción abierta” (13-XII-1962), con su “Digo: Paz. / Dilo conmigo” y también su “Carta en llamas” para ese prójimo al que debemos aproximarnos:

“Hablo de mis hermanos maestros muertos,
torturados, desaparecidos, exiliados y cesantes, (…)
-¡Hermanos, hermanos, no estáis solos ni olvidados!
Estamos con vosotros hasta que, de nuevo, suene la
campana de vuestra tarea, en presencia y en esencia
de ser; hasta que podáis reír con los niños chilenos,
enseñándoles que la suma de una idea con otra idea
forman la claridad del hombre. (...)”

Si al día sucede la noche, si a la vida, la muerte, al asomar La luna redonda (en diciembre de 1989), su poemario póstumo, confirmó que después de todo lo pasado, siempre algo se impone. Sabella había fallecido, pero ¡oh extraña paradoja!, décadas antes escribió:

“Yo vivo para un tiempo en que la estrella
mostrará sus sueños, para un tiempo
que no sea propiedad de la muerte.

Yo vivo para un tiempo, augustamente    
/ claro.
Por los ríos pasarán las estaciones,
sin miseria y no habrá ópalos siniestros
en el reír del niño.

Yo vivo para un tiempo de cristales,
para un tiempo del dominio del cordero           
/sobre el oro,
de la mano serena sobre la metralla.

Yo vivo para entonces:
el trigo cabrá en todas las miradas,
los pies tropezarán con la alegría.”                   

(“Yo vivo para un tiempo”)

Estas y otras ideas, apenas esbozan la relación “Educación - Sabella - Cultura”. Todavía hay mucho que “conocer”. Con los años y ya muerto Andrés Sabella, lenta e imperceptible, surge una nueva realidad cultural.  Frente a esta, es necesario mancomunar fuerzas que procuren reivindicar su figura intelectual y su obra que honran al país desde su Norte Grande.

Osvaldo Maya Cortés 
Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y Director de la Corporación Cultural Linterna de Papel de Andrés Sabella.  ​www.linternadepapel.cl

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